Una soleada tarde de sábado,
aprovechando que me dieron el día libre en la oficina, decidí caminar por las calles
de mi ciudad. Siempre digo que me gusta hacer ejercicio, pero nunca lo pongo en
práctica. Después de 20 o 30 minutos de caminata, llegué a una pintoresca plaza
de pueblo. Me senté en un banco, cerca
de una de las esquinas de la plaza, y empecé a ver alrededor mío mientras
tomaba agua. Había un señor mayor que vendía helados, acompañado de una joven
que mostraba sus manualidades; un pintor que trataba de retratar el paisaje
sereno de aquel día, y un joven músico que quería hacer un poco de dinero con
su guitarra vieja.
Sin embargo, hubo algo que me
llamó mucho la atención: una pareja que vi a algunos bancos más a la izquierda.
La belleza de ella me encantó de inmediato: un largo cabello negro que llegaba
hasta su cintura, que hacía contraste con sus profundos ojos azules y su
sonrisa encantadora. Por alguna razón, él no parecía estar muy cómodo. Luego
comprendí el porqué.
Al cabo de un rato, estaba por
irme de la plaza y seguir mi recorrido, cuando escuché a la pareja que estaba cerca
de mí, discutiendo. Al voltearme vi que el hombre se montaba en un carro, y no
se le veía muy contento. Al ver a la chica llorando… mi reacción fue acercarme
a preguntarle qué le había pasado. Me contó que la discusión se dio porque él
le confesó que se estaba viendo con otra. Después de consolarla como pude, me
pidió mi número de teléfono. Yo, sorprendido, se lo di.
Ahora saldré a caminar más a menudo…